Vivimos en automático porque no somos capaces de reconocer lo que pensamos ni sentimos. Es como si nos hubieran cortado las conexiones de nuestro cuello hacia abajo. Y al final, creemos una cosa, sentimos otra y hacemos una tercera. Y solo nos damos cuenta, cuando el nivel de dolor, sufrimiento o somatización corporal llega a niveles de enfermedad.

Nuestra inconsciencia nos convierte en zombis que solo sobre-viven, caminando “sobre la vida” y reaccionando de forma automática a multitud de estímulos externos que percibimos como una amenaza.

Nos hemos convertido en una cabeza andante, inmersos en nuestros pensamientos, que nos abruman, nos estresan y nos llenan de sufrimiento. Pero como no nos damos cuenta, responsabilizamos siempre al otro: nuestr@ jefe, nuestra pareja, nuestr@ compañer@ de trabajo, nuestro padre, nuestra madre, y así una larga lista. 

Sin embargo, esa misma inconsciencia que nos juega en contra, nos convierte en inocentes, luego no hay culpa ni reproches. Simplemente, hemos olvidado el orden de los factores y la relación entre los elementos que nos conforman como seres humanos.